
Se murió, la muy niña.
Se nos murió a todos la sirena.
AINIZE SALABERRI
Se nos murió a todos la sirena.
AINIZE SALABERRI
En realidad, no sé. En realidad no debía preocuparse. Las niñas que son rubias de pequeñas, después se hacen grandes y son casi morenas. Castañas. No se tenía que preocupar tanto, en realidad, porque yo después me iba a poner morena como ella. Pero le daba rabia, lo del pelo. A mí me daba igual. Me daba un poco lo mismo parecerme a mamá o a papá. A papá lo miraba por las noches en una retrato que había en un mueble del comedor. Un mueble que mamá mostraba a las visitas como si fuera un diamante y al que cuidaba como si fuera una persona. A veces se pasaba horas pasándole un trapo húmedo, porque decía que poníamos las manos encima y se quedaban las huellas y así, con la luz que entraba por la ventana, se veía sucio. Sucísimo. Miraba aquel retrato y pensaba: papá. Algunas noches cuando cerraba los ojos para irme a dormir, pensaba que se me olvidaría su cara, a fuerza de ausencias. Pero no se me olvidaba, porque yo la miraba y podía verle ahí. Y más bonita, porque ella era un poco más bonita que papá. Le daba rabia, pero a mí me gustaba. Un día me lanzó el retrato al fondo de la piscina. Y le había atado una piedra con un cordón de zapatos (que después el zapato iba sin el cordón, y se le caía, pero no decía nada porque mamá, uf, mamá se habría puesto hecha una furia), para que se fuera hasta el fondo. Ahora si le quieres vas a saltar al agua, aunque te dé miedo. Pensé que no quería yo tanto a papá como para eso, pero me dio vergüenza reconocerlo. Me tiré al agua. Y después abrí los ojos y no veía nada, y los ojos después rojos, rojos. Rojos de verdad. Pero yo intentaba ver dónde estaba el retrato, pero estaba borroso, borroso. Más borroso que cuando lloras y no entiendes la realidad. No sabía qué hacer, excepto, por instinto, contener la respiración. Me dejé como si estuviera muerta, porque pensaba que me iba a morir, y acabé flotando. Y ella me dio la vuelta y me dio un beso en la boca, porque se había asustado. Me has asustado. Estaba enfadada, pero que muy enfadada conmigo. No paraba de decir que la había asustado. El retrato de papá estuvo algunas horas ahí en el fondo de la piscina, pegado a una piedra, y en ese rato yo me olvidé de su cara y pensé que nunca más lograría recordarle. A no ser que le viera, pero tampoco tenía muchas ganas. Bueno, podría mirarla a ella y pensar que era lo mismo pero menos bonito. Papá era menos bonito, aunque era bastante bonito. Por ejemplo, cuando salí del agua mi pelo no era rubio. Me has asustado. Ni media palabra a mamá. Entonces me asusté yo un poco, porque la palabra mamá me sonaba extraña. Como cuando dices mucho vaso. Vaso, vaso, vaso, vaso. Y al final no sabes bien qué significa. Sí lo sabes pero es diferente. Es una palabra nueva, y en realidad no significa vaso. Vaso, vaso. De repente mamá me sonaba a vaso un millón de veces dicho en voz alta. Mamá, vaso, mamá, vaso. Ninguna de las dos palabras era ya mamá o vaso. No sé qué eran.
Imagen: Virginia and Adrian Stephen