La niña se ha cortado el pelo, desobedeciendo, y ahora ya no es hermosa. Lo es más. Ha creído que su bonita cabellera très belle la iba a rescatar del olvido en la que sus dos demonios la tenían sumida. Y así ha sido. Ha sido rescatada por los dos demonios, le han apretado las trenzas que ya no reposan en sus hombros. Le han acariciado la calva. Es una niña todavía, no controla sus emociones. Ahora ya tampoco controla sus rizos. Encima de un pequeño monstruo con caderas de mujer respondona reposa su pelo. Ella no lo sabe, pero será lo último que prenda en el incendio.
La casa que se quema es la tuya
Una casa está quemándose y se han equivocado al darle a la alarma, quedando como válida una casa que no está quemándose y que es la nuestra. Algo así pasa en el libro que estoy leyendo. Aunque a su vez están pasando otra infinidad de cosas, como que Dorcas es la mujer del hombre al que amo y la acabo persiguiendo. La sensualidad es algo que no me arrebatan tan fácilmente, y la llevo como mi cuerpo me va dando a entender. Amar a una hija que no es mía tampoco es algo que me puedan negar. Así es. La casa que se quema es la tuya. La hija que se muere no es la tuya. Pero huele a humo y a muerte de todas formas. Habrá que pagar la cuenta del incendio. Nunca entendiste esa frase. Por eso tuve que dejar de amarte y perseguir a mujeres que se llaman Dorcas y que se casaron antes que yo con el hombre al que amo.
Ése es nuestro consuelo
Si amas a un hombre casado,
mantienes una relación especial,
secreta y callada con su esposa.
JOYCE CAROL OATES
mantienes una relación especial,
secreta y callada con su esposa.
JOYCE CAROL OATES
Es lamentable, es terrible. Somos bestias, ése es nuestro consuelo. Nuestra justificación para no caer rendidas ante una frase que nos va a descubrir nuestro lado más salvaje y primitivo. Si amas a un hombre casado, estás también amando a su mujer. Mantienes, sí, una relación especial con ella. Y la maldices, pero también la amas. Y a través de ese hombre al que crees amar, el que cree estar casado, empiezas a tocarle las piernas, y también a besarle la boca, y le miras los ojos y te recuerdan a otro hombre casado que ya no es el tuyo, y sabes que no te ha pertenecido y que muy probablemente no va a hacerlo. Pero de pronto ya está, estás persiguiéndola por corredores de la muerte y alguien te persigue y te dicta que sigas tras ella, que no la abandones. El hombre casado queda en medio. Queda en medio, y se queda absolutamente solo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)