La mujer todavía no es deseada

La mujer que está en el centro de la habitación no está siendo deseada por quien la mira. Sin embargo, la mira. Y es en ese acto que se refugia la mujer que se ovilla en las sábanas tumbada en el suelo. Se cubre los ojos con una venda, pero la venda no está suficientemente fuerte y, si los abre, puede ver toda la habitación. Por la ventana entra la claridad de la noche y también el oleaje de la playa. No está siendo deseada por quien la mira, pero quien la mira está deseando el cuerpo que estuvo sobre ella hace apenas unas horas. El cuerpo que estuvo sobre ella hace apenas unas horas ha sido violento y brusco, cruelmente sexual. Es eso lo que desea el hombre que mira a la mujer. Más que a la mujer, su muerte.

Mariposas de finales de febrero

Tengo dos mujeres. Una está barriendo la entrada de su casa y no tiene tiempo para las mariposas de la capilla. La otra tiene los bolsillos llenos de nieve y oye el aletear de unas mariposas sensuales pero no tiene tiempo para barrer la entrada de su casa. Una se llama Ana y la otra Otilia. Pero no sé cuál es cuál. De todos modos, ninguna me pertenece todavía. Sólo si las uno en un sólo punto pueden formar una mujer con un único apellido, el inventado. Mientras, en la capilla hay unas mariposas que esquivan los copos de nieve con maestría, mientras afuera un señor, sentado en un parque y observando amorosamente las ramas de un árbol, piensa que pronto estará muerto. Seré un fiambre, dice.