Mariposas de finales de febrero

Tengo dos mujeres. Una está barriendo la entrada de su casa y no tiene tiempo para las mariposas de la capilla. La otra tiene los bolsillos llenos de nieve y oye el aletear de unas mariposas sensuales pero no tiene tiempo para barrer la entrada de su casa. Una se llama Ana y la otra Otilia. Pero no sé cuál es cuál. De todos modos, ninguna me pertenece todavía. Sólo si las uno en un sólo punto pueden formar una mujer con un único apellido, el inventado. Mientras, en la capilla hay unas mariposas que esquivan los copos de nieve con maestría, mientras afuera un señor, sentado en un parque y observando amorosamente las ramas de un árbol, piensa que pronto estará muerto. Seré un fiambre, dice.

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