
María siguió escribiendo Mussi con dos eses en el diario.
El lunes por la mañan, le pidió a Victoria que no la dejara sola antes de llegar al colegio. Que no se fuera un poco antes soltándole de la mano. Al gato lo habían atropellado un viernes y había conseguido evitar aquella calle durante el fin de semana. Pero el lunes ya no podía ser.
-Deja de comportarte como una niña pequeña.
Victoria seguía siendo dura con su hermana. En algún momento se había sentido culpable, pero después creía que le había hecho un favor. Así aprendería. Así crecería de una vez. Le seguía pareciendo estúpida al comer, al tararear, al equivocarse. Durmiendo le parecía todavía más estúpida.
-No sé por qué no puedes dormir con la boca cerrada.
María apretaba los labios para no hacer ruido durmiendo. Compartían habitación. Victoria parecía un muerto cuando se quedaba dormida, y en el fondo estaba tan hermosa. Pero María, aun durmiéndose consciente de que debía cerrar la boca, se despertaba siempre con ella abierta.
-Es que no sé. No me sale la boca cerrada.
El lunes Victoria le soltó la mano una calle antes, tú ahí, e hizo exactamente lo mismo que el día del atropello. Dio la vuelta a la manzana y se colocó detrás de su hermana para ver qué hacía ahora sin el gato. María estuvo un rato en silencio. La madre de una compañera de clase pasó por su lado y le preguntó si se encontraba bien. Hizo que sí con todo el cuerpo. La madre y su compañera se adelantaron, no sin antes pasarle la mano por la cabeza, en una caricia.
Como si fuera un gato, piensa María.
Entonces mira el sitio donde siempre la esperaba el gato Mussi. Sonríe un poco, pero Victoria desde atrás, escondida, no puede verlo. Tiene ganas de gritarle y decirle que es la niña más boba que ha conocido nunca. Se espera un momento más. María se agacha y pone los dedos como si tuviera comida para un gato. Hace el ruido de llamarle, aunque no dice Mussi. No se le acerca ningún gato. Ni nadie. Le habla a la nada:
-No quiero que me traigas más flores.
El lunes por la mañan, le pidió a Victoria que no la dejara sola antes de llegar al colegio. Que no se fuera un poco antes soltándole de la mano. Al gato lo habían atropellado un viernes y había conseguido evitar aquella calle durante el fin de semana. Pero el lunes ya no podía ser.
-Deja de comportarte como una niña pequeña.
Victoria seguía siendo dura con su hermana. En algún momento se había sentido culpable, pero después creía que le había hecho un favor. Así aprendería. Así crecería de una vez. Le seguía pareciendo estúpida al comer, al tararear, al equivocarse. Durmiendo le parecía todavía más estúpida.
-No sé por qué no puedes dormir con la boca cerrada.
María apretaba los labios para no hacer ruido durmiendo. Compartían habitación. Victoria parecía un muerto cuando se quedaba dormida, y en el fondo estaba tan hermosa. Pero María, aun durmiéndose consciente de que debía cerrar la boca, se despertaba siempre con ella abierta.
-Es que no sé. No me sale la boca cerrada.
El lunes Victoria le soltó la mano una calle antes, tú ahí, e hizo exactamente lo mismo que el día del atropello. Dio la vuelta a la manzana y se colocó detrás de su hermana para ver qué hacía ahora sin el gato. María estuvo un rato en silencio. La madre de una compañera de clase pasó por su lado y le preguntó si se encontraba bien. Hizo que sí con todo el cuerpo. La madre y su compañera se adelantaron, no sin antes pasarle la mano por la cabeza, en una caricia.
Como si fuera un gato, piensa María.
Entonces mira el sitio donde siempre la esperaba el gato Mussi. Sonríe un poco, pero Victoria desde atrás, escondida, no puede verlo. Tiene ganas de gritarle y decirle que es la niña más boba que ha conocido nunca. Se espera un momento más. María se agacha y pone los dedos como si tuviera comida para un gato. Hace el ruido de llamarle, aunque no dice Mussi. No se le acerca ningún gato. Ni nadie. Le habla a la nada:
-No quiero que me traigas más flores.
Imagen: Christopher Ray Pérez
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