
Una vez que bajé al pueblo una mujer me dijo que conocía a mi madre de cuando eran las dos solteras y que me había reconocido porque éramos iguales: la misma cara, decía, el mismo pelo, decía, los mismos ojos, la misma mirada, decía, se alteraba, decía, la misma boca, decía, y yo la cerraba fuerte para que no pudiera verme los dientes. Me entró a su casa, oscura, llena de una humedad que ahogaba, y me miraba en el pasillo con asombro. Llamó a su marido y a sus hijos y, una vez todos en el salón, dijo: es la de Ann. El marido y los hijos me miraron una y otra vez, pero no sabían de qué les estaba hablando. Dijo: sí, hombre, la de Ann, aquella mujer que... Y se calló y me dijo que lo sentía, sin saber que desconozco la historia de mi madre, de la que ella, por lo menos, creía que era mi madre. Los muchachos se marcharon sin decir nada al respecto de aquella visita que era yo. La mujer dijo: hombres. Como justificándolos. Dijo: ni caso, eres clavadita a tu madre, eso no hay quien te lo quite ya; nosotras éramos amigas. Pero estaba convencida, viendo cómo temblaban sus labios, de que mentía, de que sólo quería enterarse de algo, acercarse a mí por mi condición de huérfana, quizá, de abandonada, quizá, de solitaria. Al salir a la calle, olvidé a lo que había ido a hacer a la ciudad y me volví donde mi casa. Así fue como supe que mi madre se llamaba Ann, o por lo menos una de las madres que he tenido, que no sé cuántas son pero más de una. Ann, decía, Ann, decía, Ann, decía... y pensaba en una mujer que era como yo pero más vieja, pero más gorda. Ann, decía, y no podía con tanto asco. Así fue como supe que mi madre se llamaba Ann, que a partir de aquel momento odiaría a todas las mujeres que se llamaran Ann. Pero la tía Maggie, cuando vivíamos juntas, solas, como de una buena familia, evitaba su nombre y decía: como tu madre. Pero nunca decía Ann. Yo mataría a mi madre con el rifle de Eliot, si la reconociera por la calle, que sería, supongo, como mirarme en un espejo. Sin espejo.
Sin embargo, todo el mundo me hablaba de mi padre. De cómo lo veía cada uno no pude sacar un padre para mí. Parecía como si mi padre se hubiera desdoblado en todas las personas que querían que fuera, era como si no tuviera una personalidad clara, como si se camuflara en los ojos de la gente. Y me preguntaba cómo hubiera sido mi padre si yo le hubiera mirado directamente a los ojos. Pero todos coincidían en lo mismo: que desapareció en cuanto mi madre se quedó en estado. Era educado, era una bella persona, era hermoso, era generoso, grande, sencillo, listo, tan gracioso. Era insoportable, quisquilloso, era malvado, demasiado flaco, con una cara como de animal enfermo, era seco, maleducado. Era que nos abandonaba a los dos, era eso y nada más y lo único de verdad. Pero nadie le evitaba en el recuerdo como a mi madre. Alguna vez Eliot había dicho: como tu padre. De tanto como se habla de él, sin haberle conocido, como yo, pero podía decir como tu padre porque coincidía con alguno de los que fue. Cuando Eliot quiso matarme pensé: como mi padre. Se parecen, se parecen, son iguales, son el mismo. Lo pensaba y no tenía miedo pero lo pensaba y ésa fue la única vez que odié a Eliot con pasión, con esfuerzo. Pero después volvió su mirada, cuando bajó el arma, y supe que no contaba, que aquel odio no contaba.
Sin embargo, todo el mundo me hablaba de mi padre. De cómo lo veía cada uno no pude sacar un padre para mí. Parecía como si mi padre se hubiera desdoblado en todas las personas que querían que fuera, era como si no tuviera una personalidad clara, como si se camuflara en los ojos de la gente. Y me preguntaba cómo hubiera sido mi padre si yo le hubiera mirado directamente a los ojos. Pero todos coincidían en lo mismo: que desapareció en cuanto mi madre se quedó en estado. Era educado, era una bella persona, era hermoso, era generoso, grande, sencillo, listo, tan gracioso. Era insoportable, quisquilloso, era malvado, demasiado flaco, con una cara como de animal enfermo, era seco, maleducado. Era que nos abandonaba a los dos, era eso y nada más y lo único de verdad. Pero nadie le evitaba en el recuerdo como a mi madre. Alguna vez Eliot había dicho: como tu padre. De tanto como se habla de él, sin haberle conocido, como yo, pero podía decir como tu padre porque coincidía con alguno de los que fue. Cuando Eliot quiso matarme pensé: como mi padre. Se parecen, se parecen, son iguales, son el mismo. Lo pensaba y no tenía miedo pero lo pensaba y ésa fue la única vez que odié a Eliot con pasión, con esfuerzo. Pero después volvió su mirada, cuando bajó el arma, y supe que no contaba, que aquel odio no contaba.
Imagen: Christopher Ray Pérez
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